Siempre fui contradictoria.
Siempre sola, mirando con desprecio y (¿por qué no?) cierto rencor a todos esos niños sonrientes. ¡Siempre sonrientes! Caray, si la vida fuese tan simple.
A veces uno de esos niños se acercaba y preguntaba tontamente ¿quieres ser mi amiga?. Yo por supuesto los miraba con extrañeza, pensaba vaya, si no me conoce, qué pregunta...Entonces los miraba con repulsión. No. Les contestaba, asi seca y friamente mientras los miraba a los ojos.
Aun así no quitaban sus tontas sonrisas, así iban y venían aquéllos niños y yo encerrada en un mundo al que sabia que nadie sería capaz de entrar, un poco porque yo no dejaba que nadie lo hiciera, otro poco porque nadie estaba dispuesto a esforzarse por conocerme en serio.
Esos niños solo querian a alguien con quien jugar un rato, ¿sabe?.
Yo si lo supe.
Supe que iba a estar siempre sola, que estaba destinada a fingir y a estar sola.
Y cuando lo supe quize llorar y lloré ¡vaya si lloré!, con lágrimas gruesas y calientes que parecían venir desde muy adentro. Lloré mucho rato, lloré muchos días. Después no volví a llorar.
Puse un grueso candado en las puertas de aquél mundo mío y boté la llave.
Así venían los días en el colegio, así venía el chofer, así pasaba las tardes entre nanas y sirvientas, clases de piano y de ballet. Y así como venían, así también se iban...
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Pero usted me preguntaba sobre la primavera, ¿verdad?. Pues verá, aquél era un maestro igual a Puma.
Fin de la historia.
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Si, yo los maté, ¿ok?. Yo los maté a todos. Y yo le contaba mi historia por entrar de algún modo en conversación, verá, yo sólo quería salir en televisión.