Hubo una vez un hombre que escribía acerca de todas las cosas; nada en el universo escapó a su terrible pluma, ni los rumbos de la rosa náutica y la vocación de los jóvenes, ni las edades del hombre y las estaciones del año, ni las manchas del sol y el valor de la irreverencia en la crítica literaria.
Su vida giró en torno a este pensamiento: "Cuando muera se dirá que fui un genio, que pude escribir sobre todas las cosas. Se me citará -como a Goethe mismo- a propósito de todos los asuntos."
Sin embargo, en sus funerales -que no fueron por cierto un brillante éxito social- nadie le comparó con Goethe. Hay además en su epitafio dos faltas de ortografía.