7.7.10

Merlín



Él es Merlín.

Y ésta es mi versión de Merlín, me tomó más tiempo del que esperaba pero por fin está terminado. Es un óleo sobre tela de 45.7x61 cm.

4.7.10

Meditaciones sobre Goncharóv

Cierta noche, Ilyá soñó con un rinconcito del mundo cubierto de bosque. En este rinconcito habia solo tres o cuatro pueblos separados por un par de kilómetros entre sí, como si una mano divina los hubiese arrojado descuidadamente ahí. En estos pueblos, todos se conocían y en ellos no se oía nunca de robos o asesinatos; en cierta ocasión, todos se habían sorprendido por el robo de unos nabos y zanahorias de la huerta del viejo Tarás y tal noticia circuló por semanas, finalmente se llegó a la conclusión de que seguramente habían sido pillos forasteros que pasaban por el pueblo rumbo a la provincia lejana.

En este pueblo se sabía que más allá del gran barranco que separaba a la comarca del resto del país, estaba Saratov, más allá estaba Moscú, mucho más allá estaban los franceses y los alemanes y más allá suponían que habían grandes países desconocidos y mágicos habitados por gigantes y hombres de dos cabezas y todavía más allá estaba el fin del mundo y el pez que sostiene la tierra sobre su lomo.

En la comarca del sueño hacía calor y los jardines de las casas parecían dormitar bajo los cálidos rayos del sol de abril.
Ilyá despertó en su camita y en su pequeño cuerpo de siete años. Su vieja nana, sonriente, acudió a ponerle los calcetines y a lavarle la carita antes de llevarlo a la sala en donde lo esperaba su hermosa madre, muerta hace ya muchos años. Ilyá la miró y sus ojos se llenaron de lágrimas cuando corrió a abrazarla; su madre, extrañada, le preguntó a la nana si el pequeño Ilyúsha había dormido bien, si algo le dolía. Tomó sus manitas y las besó amorosamente. Ilyá estaba feliz.

Luego de la comida Ilyá salió al patio con su nana y mientras ella dormitaba en su silla, el pequeño fantaseaba con las epopeyas que cada noche la anciana nana le contaba; corría de un lado a otro, atravesaba la casa y no se oía ni un suspiro porque adentro todos dormían. Se sintió solo en el mundo y salió a explorar hasta que llegó al barranco, ese lugar lleno de duendes y coyotes al que no le permitían ir nunca. Entonces su corazón se llenó de miedo y corriendo regresó con la nana, justo a tiempo para que ésta tuviera que volver a la cocina a preparar la cena.

Ya en la noche, cuando la comarca entera dormía y ni los perros ni los gorriones hacían ya ruido y solo se oía a lo lejos el susurro pausado de una balalaica, Ilyá rogaba a su madre que lo sacara a pasear al bosque y se abrazaba a su pecho con la misma fuerza con la que deseaba no despertar nunca de ese bello sueño; su madre entonces alimentaba aún más la imaginación del pequeño contándole sobre las criaturas que habitaban el bosque y sobre cómo los héroes de los cuentos las vencían en nombre del amor. Ya siendo mayor, Ilyá había recordado esas historias con una sonrisa nostálgica en el rostro, pero ahora Ilyá abría mucho los ojos imaginándose a sí mismo como aquéllos valientes que luchaban contra bestias imposibles hasta que se quedó profundamente dormido.

Cuando el viejo Ilyá despertó, una sola lágrima rodó por su rostro, pero no era una lágrima de tristeza ni de nostalgia, sino de un profundo y sincero agradecimiento.