15.12.08

Anti-ñoña

Leyendo los posts del blog comunitario en el que participa mi master el Ninja Peruano, recordé varias anécdotas anti-ñoñezcas que viví durante mi prepa, la verdad es que mi rebeldía preparatoriana tiene mucho que ver con mi pasado oscuro, puesto que durante toda mi primaria fui...no ñoña, mas bien huraña.
Verán, en mi tierna infancia fui siempre evasiva ante los problemas, nunca me gustaron los regaños, por lo que para mí era mucho más simple y menos problemático hacer siempre mis tareas y respetar a mis mayores, como resultado: siempre en el cuadro de honor.
Para cuendo llegué a la secundaria todo eso cambió y me comencé a convertir en algo mas o menos parecido a lo que soy ahora: una valemadres.
Pero para la prepa mi valemadrismo no sólo floreció, sino que se vió alentado por los retos diarios en una escuela fresa de valemadristas desmadrosos y en la que el señor Vignau era el coordinador de asistencias...
Verán, el señor Vignau era, como ya dijo el Ninja (aaah porque han de saber que mi master y yo acudimos a la misma preparatoria, fuimos víctimas de esa mala fortuna), un anciano, ridículamente viejo y más ridículamente lleno de energía. El Ninja, no sé si por ñoño o por tratarse de un anciano, ha mencionado que era buena onda...pero no lo era. En serio no lo era.
Sabiendo esto como background, puedo volver a la anécdota:
Un frío día otoñal, en sexto de prepa, tenía clase de CSI, o algo asi se llamaba, la clase la impartía mi titular: César Cano, conocido por ser el hombre pequeño más duro de todo el colegio, la clase era a las 7, a las 7 en punto Cano cerraba la puerta y comenzaba con el examen semanal -básicamente se trataba de un examen de lectura, nos dejaba leer el periódico todos los dias además de algún libro sobre globalización o democracia- en fin, el caso es que yo siempre llegaba tarde.
Ese día cuando llegué al colegio, Juan (el horrible janitor cuidador de la puerta principal) decidió que era tarde y que no iba a dejarme entrar...tenía problemas.
Dí la vuelta y entré a la casa de los Hermanos Maristas (una especie de casa de reposo para los ex-maestros del colegio que ya estaban muy viejitos), subí la escalera al segundo piso, bajé por el balcón (casi matándome por no tirar una jaula con canarios), atravesé el jardín, pasé por una puerta que daba al auditorio y en cuestión de segundos me vi dentro de la escuela, todo iba de acuerdo al plan, Vignau no me había visto, Juan no me había visto y si tenía suerte, llegaría justo a tiempo para el examen de Cano. Lo difícil había pasado y lo único que me faltaba para lograr mi objetivo era caminar unos metros, pasando por en frente de unos 8 salones.
Todo iba bien, me faltaban 2 metros, ya estaba en frente del 107, unos pasos más y llegaría al 108...en eso escucho la vibrante y operística voz de mi amigo Bruno, él estaba en el 107, sentado con media nalga fuera de la ventana, desayunando Pop Tarts.
-Anaaaaaaa! cómo estás! qué haces? qué? por qué me callas? ay Ana no entiendo nada...
Para mí ya era tarde, Cabrera (el coordinador de conducta) estaba dándoles clase de Revolución Mexicana y Vignau estaba ahí haciendo la entrega diaria de la lista de asistencias...sobra decir que no llegué a mi examen y que ese mes Cano me puso -7, así es: -7.