19.4.10

That is not what I meant, at all. That is not it at all.

Esta es mi versión de "La canción de amor de J. Alfred Prufrock" de T.S Eliot, personalmente es uno de mis poemas favoritos y por azares de la escuela tuve que traducirlo. Espero les guste.

Vayamos pues, tu y yo
cuando la tarde se esparza por el cielo
como un paciente anestesiado en la mesa de operaciones;
vayamos, por ciertas calles medio desiertas,
los retiros murmurantes
de noches sin descanso en baratos hoteles de paso
y restaurantes con mariscos malolientes;
calles eternas como una conversación tediosa
con la intención insidiosa
de guiarte a una cuestión sobrecogedora...
Ah...no preguntes "¿Cuál es?"
vayamos a hacer la visita pues.


Las mujeres en el cuarto taconean sobre mármol
y entre risas critican a Andy Warhol.


La niebla amarilla que frota su espalda contra los vidrios de la ventana,
el humo amarillo que frota su hocico en los vidrios de la ventana
y pasa su lengua por las esquinas del atardecer,
se queda en las albercas de los sumideros,
deja caer el hollín de las chimeneas sobre su espalda,
repta por la terraza, da un salto de repente,
y viendo que era una suave noche de octubre,
se enrosca al rededor de la casa y se duerme.


Y de hecho habrá tiempo
para el humo amarillo que se desliza sobre la calle,
frotando su espalda contra los vidrios de la ventana;
habrá tiempo, habrá un tiempo
para preparar una cara que encuentre a las caras que conozcas;
habrá un tiempo para dar muerte y uno para crear
y un tiempo para todos los trabajos y los días de manos
que alzan y dejan caer un dilema sobre tu plato;
un tiempo para tí, y un tiempo para mí,
y tiempo aún para un centenar de indecisiones,
y para cientos de visiones y revisiones,
antes de un pan tostado y una taza de té.


Las mujeres en el cuarto taconean sobre mármol
y entre risas critican a Andy Warhol.


Y de hecho habrá tiempo
para preguntarme "¿Me atreveré?" y, "¿Me atreveré?"
Tiempo para dar la vuelta y bajar la escalera,
con un punto calvo en medio de mi cabeza
(Dirán: "¡Cómo adelgaza su cabello!")
Mi abrigo matutino, el cuello de mi camisa montado firme a mi barbilla,
mi corbata delicada y modesta, aunque sostenida con un alfiler
(Dirán: "¡Cuán delgados sus brazos y piernas!")
¿Me atreveré
a perturbar el universo?
En un minuto hay tiempo
para desiciones y revisiones que se revertirán en un momento.


Porque los he conocido ya a todos, a todos en total;
he conocido las noches, las tardes y las mañanas,
he medido mi vida en café a cucharadas;
conozco a las voces que mueren de una mala caída
bajo la música de una habitación alejada.
Entonces ¿cómo me atreveré?


Y he conocido ya los ojos, los conozco todos,
los ojos que te sujetan mediante frases ya formuladas,
y cuando esa fórmula me desparrama sobre un alfiler,
que me deja prendido retorciéndome contra la pared,
entonces ¿cómo debo comenzar
a escupir las colillas de mis días y manías?
¿Cómo me atreveré?


Y he conocido ya los brazos, los conozco todos,
brazos con brazaletes y brazos blancos y desnudos
(pero a la luz de la lámpara con finos vellos oscuros).
¿Es el perfume en un vestido
lo que me vuelve tan distraído?
Brazos que reposan sobre una mesa, o envueltos en un chal.
¿Me debo, entonces, atrever?
¿Cómo podría comenzar?


¿He de decir: he ido al anochecer por calles angostas
y he visto el humo de las pipas elevarse
desde hombres solitarios en mangas de camisa que se asoman por las ventanas?


Debí sumergirme por los suelos de mares silenciosos,
debí haber sido un par de irregulares tenazas.


¡Y la tarde, la noche, duerme pacífica!
Largos dedos la merman,
dormida...cansada...quizás enferma,
desplegada en el suelo, aqui conmigo y contigo.
¿Debería, luego del té, los pasteles, los dulces alimentos,
tener la fuerza de llegar a la crisis del momento?
Pero aunque he llorado y ayunado, he sollozado y rezado,
aunque he visto mi cabeza (quedándose ligeramente calva) traída en un plato,
no soy ningún profeta, pero eso no importa tanto;
he visto oscilar mis momentos de grandeza
y al Lacayo de la Eternidad tomar mi saco sin bajar la cabeza,
y en pocas palabras, tuve miedo.


Y pudo haber valido la pena después de todo,
después de las tazas, el té, la mermelada,
entre la charla de tí y de mí, y la porcelana,
habría valido la pena,
haber terminado el asunto con una sonrisa,
haber convertido el universo en un balón
y rodarlo hasta la sobrecogedora cuestión,
decir: "Soy Lázaro, venido de la muerte,
he venido a contártelo todo, te lo diré todo".
Si uno dijera, poniéndose una almohada sobre la cabeza:
"Eso no fue lo que quise decir, de verdad.
Eso no es, para nada".


Y hubiera valido la pena, la hubiera valido;
hubiera valido la pena un momento,
luego de los ocasos y jardines y las calles empapadas,
luego de las novelas, las tazas de té y las faldas por el suelo arrastradas.
¿Y a esto agregarle mucho más?
¡Es imposible decir lo que quiero decir!
Como si una linterna mágica reflejara los nervios en la pantalla:
Hubiera valido la pena un momento
si alguien, poniéndose una almohada o quitándose su chal
y volteando hacia la ventana, dijera:
"Eso no es, para nada,
eso no fue lo que quise decir, de verdad".


¡No! Yo no soy el príncipe Hamlet, nunca he querido serlo,
soy un noble de su séquito, dispuesto también
a montar una escena por conseguir un ascenso,
aconsejo al príncipe, soy sin duda un buen instrumento
muy cortés, alegre de ser de utilidad,
diplomático, cauteloso y meticuloso;
bien hablado pero con cierta terquedad;
a veces de hecho, casi estorboso-
soy también a veces el bufón, algo morboso.


Me hago viejo...me hago viejo...
Debería enrollarme los pellejos.


¿Debería apartarme el cabello hacia atrás? ¿Me atreveré a comer una ostra?
Me pondré mis pantalones de franela blanca y caminaré por la costa.
He escuchado ya a las sirenas cantarse unas a otras.


No creo que quieran cantarme a mí.


Las he visto cabalgando las olas hacia el mar
peinando los blancos cabellos de las olas que soplan hacia atrás
cuando el viento sopla el agua blanca y negra.


Hemos permanecido en las cámaras del océano
por muchachas de mar que con algas rojas coronamos
hasta que voces humanas nos despiertan. Y nos ahogamos.