¡Qué alegre el día, sucio, oscuro, lluvioso!
¡Qué alegres las azoteas con las ropas volando
en su sitio, desatándose, atadas,
diciéndole groserías, riendo con el viento!
¡Qué alegre el ruido amontonado en la calle
y el susto del rayo que cayó allí cerca
y los cláxones empotrados uno encima del otro
y la lluvia arreciando, apagándome el radio,
mojándome los pulmones, cerrando las ventanas!
¡Qué alegres, yo, esa mosca,
la kyrafa ladrando,
las nubes tronando, el trueno, todo mundo!
¡Qué alegre el día de la ciudad idiota, sin olor a tierra mojada, sin árboles liberados,
con el cemento cacarizo de viejas iglesias,
con su gente mojándose bajo los impermeables!
¡Qué alegre la ternura del sol atreviéndose,
haciéndoles caso a los del frío,
pegándose a las paredes como calcomanía!
¡Qué alegre el desventurado día sucio,
qué alegre, sin mas, qué alegre!
Mi soledad me mira
como a una extraña
y yo, contenta, me ato
los dedos a las manos.
Mi alegría fuma un cigarro
y me pongo de pie
y con la música del radio
casi desnuda bailo.
El frío y el viento entran
a mi cuarto
y me clavan agujas
en los pies descalzos.
Bueno. Me visto. Hablo.
Estoy sola -¡es lo mismo!-
¡Pero qué alegre de algo!